inefable

Eres para mí un azul diamante, de color sereno y veteado. Podría elegirte si del mundo fueras, pero si allá fuera hay algún mundo no dudaría que a la mano de una diosa pertenecieras y que los brillos de sus ojos en ti guardaras. Azul por tu sonrisa, sereno por tu estampa esbelta, veteado cual los cabellos con que los ángeles del aire juguetean. ¡Ay, si fueras de este mundo!: secaríanseme las lágrimas para no llorar más de las nubes de los grises pensamientos. Pero sé que no he de poseerte, así que no seas de este mundo, pues sólo tocarte sintiendo tus dorados resplandores básteme para asomar mi corazón al cielo y así mi sol en mí se mezcle conformando con vos un mundo de azul celeste y de rojo infierno. Pues ya sé donde estás, mi azul diamante, que no es tu anillo para adornar un dedo, aunque corazón sea, sino que eres el eterno brillo de amor, olvidado sólo por mi amante y no amado miedo, ese eterno brillo que navega en las profundas simas oscuras del corazón, allá donde sólo alcanzan los niños, llevados por sus sueños...



20.9.10

Nunca diré que un collar de perlas estrelladas
colocaría en la luna
ni que con musgo esmeralda
arroparía a la roca desnuda
ni que daría forma de esmeraldas a las nubes
para adornar el cielo
ni que la espuma del mar me guardaría
para devolvérsela cuando ya no tuviera voz...

Nunca diré todo eso,
nunca lo diré,
pero sí diré cómo lo haré...
ahora...
que ya sé cómo hacerlo.

3.9.10

Se ha sonreido la Serenidad,
y en su frente de plata, mojada de deseos,
flores de oros pálidos se asoman al mundo
y se mecen, recreándose, en el aire que las ama,
y colorean, rebañando, esos deseos,
conformándolos, y se disipan después
para tal vez volver,
pero quedan sus huellas.

Ha querido llegar hoy cuando no ayer,
envuelta en pétalos morados que caen del cielo malva
y se posan en el suelo,
allí donde las piedras se apartan
y dibujan los senderos que nos han de llevar.
Así, en cualquier instante podría tu oído su voz escuchar
susurrándole el final de mil secretos
y revelando por fin el por qué de tanta rosa velada.

Una brizna, un retazo, una fugaz sensación.
Nada, casi, se desvela,
O... casi todo, quizá.
Sólo un destello, rojizo, aún tenue,
en el liso torso leve, curvado, de una perla blanquecina,
es quizá lo que buscan esos heraldos que surgen
y vuelan y llegan y dejan y... se van...
pero dejan sus estelas y sus alientos.
Nada más dejan;
nada, casi, aunque casi todo.

Primero asoman los secretos,
una montaña da un paso más hacia su destino,
se moldea la admiración en las fraguas del sol
que dormita en el albor o en el ocaso.
Una nueva estrella surge, ¡la veo!
y ese resto despreciado de una nube cubre entero el cielo
y una sola gota cae e inunda el mundo...
¿de amor?

No sé qué será, ¿y tú?

Después quedan amores de seda,
valentías de acero, tristezas enterradas,
esperanzas de hierro, alegrías encendidas,
pies y almas de alabastro,
sentimientos de cristal de puros reflejos inmortales,
visiones, visiones de armonía... serena...

¡Se ha sonreido la Serenidad!