Mirando arriba, allá arriba,
allá donde el aire las mece,
y mientras su voz suave crece
las verdes hojas se agitan.
Y hablan todas al viento
bordando claros y limpios
sonidos que van diciendo:
"¡No deseo al fragor ni al ruido
ni a la tormenta rugiendo
ni al relámpago hiriendo
con su luminoso quejido!"
Sopla suave, fresca brisa,
brisa leve de tacto amable;
hazlo en calma, sin prisa,
con dulzura adorable.
¿Qué dices, qué cuentas?
Eso, brisa, saber quisiera
y así que en árbol me convirtiera
descubriría que estás contenta.
¿Qué cuentas, qué viste?
Eso, brisa, ojalá supiera,
pues allá donde estuvieras
sin duda que más que ver... sentiste.
Entonces fue el silencio quien me lo dijo
y fue el viento quien me anunció
que de la brisa a la tormenta
silencio y viento sentiría yo.
¡Qué luz repentina bañó el lugar!
¡Qué luz cegadora, tan fugaz!
Quizá sea verdad
que en un único y mismo instante
muere el nacimiento con el desenlace.
¡Limpio resplandor centelleante
que todo lo que toca ilumina!
¡Ruido rabioso e iracundo
que viene con él y con él camina!
Allá lejano, tan lejano como oscuro,
vi un manto tempestuoso
y oí rugir, claro y puro,
y tan terrible como hermoso,
aquel trueno furibundo.
Y vi unos dedos gruesos, nubosos,
que de azul a gris colorearon,
con un gran pincel monstruoso
un bello lienzo desordenado.
Mas yo me dije ¿por qué?
¿Por qué, tempestad, viniste?
Pues si empezaste a llover
¿no será porque estás triste?
¿Por qué, por qué gritas?
¿Por qué, por qué ruges?
Quizá ¿te sientes dolida?
Quizá... ¿dolida con las nubes?