Primero de la nada surgieron,
entre soplos transparentes y colores pálidos
y después poco a poco crecieron
en el mecer tranquilo
de aires fríos y cálidos.
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Se rindieron solícitas a escuchar
a unas voces suaves, sutiles,
y no pudieron resistirse a dibujar
la forma exacta
de sus palabras indecibles.
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Que ahora nun rizado mar
y ahora un remolino;
mas después no pude descifrar
lo que quizá fueran cascadas
o lacios cabellos caídos.
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Y ¿cómo habiendo sido agua
en poco a fuego se trasladaron
cuando vi la forma de una llama
por el sol prendida...
que quemó... mis ojos admirados?
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Mas vi que del fuego surgió
un árbol gris de ramas blancas
y en una de ellas creció
lo que quizá fuera una hoja, o quizá...
tan sólo un ojo y su mirada.
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Pues ¿quién dijera que mirar no pueden?
¿Por qué no, si pueden llorar?
Pues ¿quién puede llorar si no tiene
dos ojos tristes y mojados
que las penas puedan derramar?
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Y aquello que pintaron de azul limpio y claro,
como un templo de abiertas celosías
parecían las columnas de mármol
de transparente luz...
que sustentaban sus alegrías.
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Fueron elegantes espigas
y briosos corceles al galope
que llevaban a damas de blanco vestidas
que buscaban en los cielos
al verdadero de sus amores.
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Fueron piedras pequeñas,
fueron... montañas gigantes;
fueron livianas, fueron espesas;
fueron sedentes estatuas
y fueron raudos caminantes.
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Fueron águilas de extensas alas;
fueron mares de olas, desiertos de dunas,
rostros de gentes, y letras y palabras
que de noche han de hablar del sol...
y de día... de la luna.
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Y por fin vi volar dos pájaros
junto a una esbelta mujer rubia
que llevaba en sus manos un cántaro
que en la tierra vació,
cayendo entonces... agua de lluvia.
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Diré que nunca imaginar pude
al mar en fuego convertido
si no fuera porque ayer vi, descreido,
al viento escultor...
¡soplando entre las nubes!
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